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Mi solución a la preocupación por el marrón de la transcripción

Es axiomático que no existe una sola manera de traducir, sino que el mismo texto dará diferentes resultados en manos de diferentes traductores; y no es menos cierto que, también a la hora de transcribir, cada maestrillo tiene su librillo (de estilo).

Existen cantidad de sistemas de transcripción desde el árabe (la de la Escuela de Estudios Árabes de Granada, la de la Fundeu, la de Wikipedia, la de los libros de estilo de diferentes periódicos, la norma DIN 31635…). Los métodos oscilan entre la transliteración más pura (con grafemas muy cargados de diacríticos que parecen querer sustituir el alifato por un sistema jeroglífico que exige más estudio que el propio alifato) y las transcripciones aproximadas de los sonidos en la lengua meta. En esta entrada se ofrece un buen resumen de ambos extremos, que nunca serán del todo satisfactorios.

Aquí me he tenido que enfrentar más de una vez al marrón que supone tener que transcribir un nombre propio del árabe al español, y me doy cuenta de que no he sido nada consistente en la elección de mis criterios. Por ejemplo, en una ocasión he transcrito سيبويه como Sibawé y en otra como Sibawayh, y si hoy día me tocara transcribirlo seguramente me decantaría por Sibuyé.

Si nunca me ha preocupado especialmente el asunto es porque sé que la mayoría de vosotros leéis árabe y me puedo permitir el lujazo de incluir los nombres en árabe entre paréntesis. Sin embargo, cuanto más traduzco “para los demás” más me tengo que enfrentar a situaciones donde este recurso no es una opción, y aunque cada encargo tiene sus particularidades que te empujan hacia una u otra elección, cada vez tiendo más hacia una estrategia que, a pesar de que sé que me va a hacer recibir muchas críticas, voy a airear a continuación.

Actúo diferente dependiendo de si al nombre al que me enfrento es de una personalidad conocida o el nombre propio de un personaje sin mucha más repercusión más allá del texto que tengo delante.

Si la persona es conocida, mi prioridad es la trazabilidad: que sea fácilmente rastreable por el lector interesado. Traducido al mundo actual: que una búsqueda del nombre en Google arroje resultados que permitan fácilmente averiguar quién es la persona de quien se está hablando en el texto. Si la Fundeu no se ha pronunciado aún respecto a ese nombre en particular, otra opción es buscar el artículo sobre esa persona en Wikipedia y ver cómo se ha titulado ese mismo artículo en la Wikipedia en español. Por último, si en la internet en lengua hispana no existen referencias a ese nombre, me decanto por  la transcripción que más resultados arroje y más relevantes, ya sean en inglés o en francés.

Probablemente no hubiera salido del armario confesando este método tan acientífico y abierto a flagrantes incoherencias si no me hubiera encontrado con esta referencia de David Paradela López que, aunque habla de las notas al pie, viene muy a cuento: «Mario Muchnik (Léxico editorial, p.70), sin embargo, recuerda que “Jaime Salinas creó una colección cuyo libro de estilo dictaba que no se pusieran notas para explicar términos que figuraran en el Larousse”. Sería interesante discutir la pertinencia  de un criterio de esta clase en la era Wikipedia».  En la era Wikipedia, en mi opinión, a veces hay que traicionar la precisión para facilitar el acceso a la información.

¿Qué ocurre, en cambio, cuando hay que transcribir el nombre propio de un personaje ficticio o una persona sin relevancia pública? Aquí aplico el criterio del colonizador. Me explico. Si nos hemos desecho de los diacríticos y hemos decidido optar por una transcripción, es porque preferimos sacrificar una dicción exacta en aras de evitar un extrañamiento, pues sabemos que la mayoría de los potenciales lectores desconocen el árabe (casi) por completo.

Llegados a este punto en que sabemos que la realización fonética del nombre por parte del lego va a ser imprecisa, considero que es preferible usar la transcripción del nombre que se use normalmente en el país de su portador a intentar una transcripción cercana al sistema fonético castellano. En boca de un hispanohablante se aleja tanto de la realidad la pronunciación de Khairallah que la de Jeiralá, así que prefiero usar el nombre que más probablemente figure en su pasaporte, o el que más probablemente haya escogido el propio Khairallah para su cuenta de Facebook.

Reconozco las múltiples pegas que se le pueden poner a esta estrategia (no es ni siquiera un sistema). ¿Impuro? Sí, porque ni respeta las reglas ortográficas y fonéticas del español ni la pronunciación árabe. ¿Inconsistente? Desde luego, pues idéntico nombre aparecerá escrito de distintas maneras según el portador. ¿Cobarde? Sí, porque es completamente pasivo y no abre posibilidad al cambio, muchas veces necesario.

Sin embargo, es un método muy práctico que en el caso de los nombres conocidos facilita la investigación al lector curioso y en el caso de los nombres propios comunes se acerca más a la realidad lingüística del mundo árabe. ¿Qué le voy a hacer si la convención ha querido que سيبويه , ابن رشد, صلاح الدين y محمّد sean Sibuyé, Averroes, Saladino y Mahoma? ¿Por qué he de lamentarme de que las realizaciones verbales de Khaled o Sonallah por parte del lector medio no se acerquen ni de lejos al original, si los trasladaríamos tal cual de encontrárnoslos en una novela escrita en inglés? ¿Por qué ha de dolerme una ofensa a la coherencia como es escribir ora Abderramán, ora Abdelkrim, ora Abdallah, ora Abdulá, si lo importante es saber a quién nos referimos en cada caso?

Ni qué decir tiene que esta solución solo es válida para un medio divulgativo, y que no sería en absoluto aplicable en contextos que exigen una mayor fiabilidad, como por ejemplo una investigación universitaria o una exégesis del Corán. De hecho, en una misma obra pueden convivir varios sistemas según se necesite más precisión o más legibilidad. Sirva de ejemplo la introducción editorial a la novela Ese olor, de Sonallah Ibrahim, donde se usa un sistema de transliteración para reseñar las ediciones árabes de la obra, y poco más adelante se advierte: «enfrentados a la cuestión de la transcripción de nombres propios, hemos optado por un criterio pragmático, prefiriendo siempre la transcripción más usual de los nombres, que suele proceder del inglés pero que a veces procede del francés, y que en cualquier caso coincide con la ortografía que en los contextos originales convive con los nombres árabes. Si bien es cierto que este criterio puede dificultar la pronunciación del lector hispanohablante, consideramos que la mayor trazabilidad de las referencias culturales que así se obtiene supone una ventaja innegable.»

Dada esa innegable ventaja, auguro que seguiré haciendo uso de esta estrategia en mis traducciones, a no ser que se me disuada con buenas razones. Y vosotros, ¿qué hacéis con los nombres propios?

3 Comments

  1. La cuestión se hace todavía más complicada cuando en el texto aparecen mezclados nombres árabes, nombres turcos de la era otomana, y nombres turcos más asociados con la república. En un ensayo opté por transliterar ‘Abdülḥamīd II y Cemâluddîn, del turco otomano, pero “Ahmed Rıza” (nótese la ausencia de punto sobre la i), en turco moderno.

  2. Has abordado un tema que a mí me lleva de cabeza.
    Yo no traduzco pero si corrijo. Mi criterio principal y primero es que quien lea en español consiga una realización fonética lo más parecida posible a lo que lee el lector del texto árabe; o sea, una transcripción fonética… hasta donde se pueda. Y ahí empiezan a salir problemas: si bien en español, la jota y la zeta resuelven muy bien lo que en otros idiomas hay que parchear con kh (y así ves que luego la gente pregunta por kan el kalili o por el último disco de kaled) y th, cuando llegas a la ج, no sabes qué hacer; a principio y en medio de palabra, mal que bien funciona una i griega (Yamal, yihad, yabal, o yebel, que lo de las vocales es otro asunto peliagudo), pero en posición final, esa solución no sirve porque el lector en español leerá una i. Tampoco es pequeño el problema con todas las enfáticas, la ء y la ع , además del asunto de las realizaciones dialectales (¿Gadafi, Gaddafi o Qaddafi?). A pesar de todo defiendo ese tipo de transcripción y me repele bastante seguir las anglófonas porque me parecen que introducen muchos equívocos, como poner h donde hay una ta marbuta, de manera que el lector, irremediablemente, leerá una hache aspirada; o ese hadith (que leerá hadit).
    El criterio de la trazabilidad, que tiene muchas ventajas y bastante lógica, tiene el problema de que cuando aparece un antropónimo o un topónimo sin rastros, hay que aplicar el mismo criterio que el usado en los que hayan ido apareciendo. Y si se han trascrito algunas ج como j otras como dj y otras como g, ¿qué se hace? Eso ocurre en una novela (Pasaje de lágrimas, que merecía mejor traducción y, al menos, una corrección), un despropósito de calcos de transcripción del francés. El protagonista dice «… me iban a llamar Djib como esa ciudad y ese país…»; se refiere a Yibuti, que aparece así, con i griega, como es lógico; luego sigue diciendo que al final lo llamaron Djibril y hace alusión a que todo empieza por la misma letra; para el lector nada de todo eso tiene sentido. Para colmo, en el libro aparece jihad. También Khadidja y me gustaría saber cómo lo realiza un lector que no sepa árabe.
    No obstante, reconozco que el problema del criterio de semejanza fonética (además de los fonemas para los que no se encuentra equivalente) es que cuando se trata del antropónimo de alguien que ha acuñado su nombre de una determinada manera, hay que respetárselo y la coherencia del criterio se va al traste (Elias Khoury, Gamal Abdel Nasser, con su doble ese y todo; o todos esos Hussein con ss que solo tienen sentido en francés y en catalán).
    Y por cierto, qué hacer con el artículo: ¿el o al? ¿Con mayúscula o con minúscula?, ¿con guión o sin él? Es otro asunto para el que no hay una solución buena para todos los casos. (Mi preferencia es al, en minúscula y con guión).

    • Tony Galán says:

      Al final lo único que está claro es que más veces de las que nos gustaría hay que renunciar a la consistencia y ser lo más pragmático que se pueda.

      Muchas gracias por compartir tus experiencias y criterio, Pilar, me parecen muy acertados

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