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Traducir poesía (I): Reflexiones

Muchos creen que la traducción poética no es más que una utopía. Que el poema resultante nunca alcanzará al original en cuanto a calidad artística se refiere. Otros, a menudo traductores, se niegan a aceptar tal afirmación.

Desde el principio decidí ponerme del lado de estos últimos, por aquello de creer en lo imposible. Luego, mi propia experiencia como lectora de poesía me hizo pensármelo dos veces. Al empezar la carrera y el estudio del árabe (y con el fin de seguir formándome por mi cuenta) comencé a examinar minuciosamente poesías árabes y sus traducciones. Mis primeras impresiones fueron poco críticas, algo más o menos normal en una estudiante que apenas comenzaba a vislumbrar la dificultad que escondían esos poemas. El tiempo, y sobre todo, la oportunidad de traducir poesía yo misma, sembraron dudas en mi inquebrantable fe en la traducción.

La poesía traducida que he leído y comparado con su original ha dejado en mí numerosas impresiones y sensaciones que creo que se podrían resumir en estos tres pensamientos:

  1. Ideal para estudiantes: palabra por palabra. Pero, ¿dónde ha quedado el ritmo, las imágenes, la cadencia…? En definitiva: ¿dónde ha quedado la belleza?
  2. Olé. Perfecta armonía entre significado y forma. Se respeta el sentido del original y se crea una pieza literaria en castellano que se ajusta a los recursos y al alma de la lengua.
  3. Precioso, pero, ¿qué poema es este? La traducción es, sin duda, obra de un artista, pero no se corresponde con el original ni en sentido ni en forma.

«Todas las traducciones son válidas» — repetían hasta la saciedad mis profesores de la UAM. Y aunque al principio suena a trola diplomática, acaba por ser casi del todo cierto. Criticar es fácil, y os aseguro que es lo último que pretendo. Con el tiempo he aprendido que detrás de cada traducción se esconden miles de razones: decisiones meditadas y con fundamento. No seré yo la que ponga en duda las de estos traductores, pues fueron precisamente esas razones ocultas las que me hicieron reflexionar sobre mi visión personal de la madre de todas las traducciones, la traducción poética.

A día de hoy, dudo que existan palabras más exactas para explicar mis conclusiones que esta precisa y preciosa definición de Octavio Paz que hoy quiero compartir con vosotros:

El poeta, inmerso en el movimiento del idioma, continuo ir y venir verbal, escoge unas cuantas palabras – o es escogido por ellas. Al combinarlas, construye su poema: un objeto verbal hecho de signos insustituibles e inamovibles. El punto de partida del traductor no es el lenguaje en movimiento, materia prima del poeta, sino el lenguaje fijo del poema. Lenguaje congelado y, no obstante, perfectamente vivo. Su operación es inversa a la del poeta: no se trata de construir con signos móviles un texto inamovible, sino desmontar los elementos de ese texto, poner de nuevo en circulación los signos y devolverlos al lenguaje. Hasta aquí, la actividad del traductor es parecida a la del lector y a la del crítico: cada lectura es una traducción, y cada crítica es, o comienza por ser, una interpretación. Pero la lectura es una traducción dentro del mismo idioma y la crítica es una versión libre del poema o, más exactamente, una trasposición. Para el crítico el poema es un punto de partida hacia otro texto, el suyo, mientras el traductor, en otro lenguaje y con signos diferentes, debe componer un poema análogo al original. Así, en su segundo momento la actividad del traductor es paralela a la del poeta, con esta diferencia capital: al escribir, el poeta no sabe como será su poema; al traducir, el traductor sabe que su poema deberá reproducir el poema que tiene bajo los ojos. En sus dos momentos la traducción es una operación paralela, aunque en sentido inverso, a la creación poética.

OCTAVIO PAZ, cit. MªJESÚS RUBIERA MATA, La traducción de la literatura árabe clásica. En MIKEL DE EPALZA (Ed.), Traducir del árabe. Barcelona: Gedisa Editorial (2004)

Para traducir un poema hay que sentirlo, dejar que cale. Releelo mil veces y empápate de sus imágenes, su ritmo y sobre todo, de las sensaciones que en ti despierta. Mantén vivo el recuerdo de esas sensaciones, pues ahora eres tú el encargado de generarlas. Descompón el poema en todos sus planos (fonético, morfológico, léxico y sintáctico) y estudia a fondo cada uno, además de las relaciones entre ellos. Nunca olvides que el poema es del autor, y que tus conocimientos sobre su bagaje serán esenciales para conseguir una interpretación fiel del poema (y por ende, una buena transmisión).

Solo cuando conozcas a fondo el poema podrás sacar al poeta que llevas dentro. A partir de ahí, habrá tantas traducciones como traductores, como ya dije, respetables todas ellas. En próximos posts desarrollaré brevemente mi versión de traducción de un sencillo y lindísimo poema de Mahmoud Darwish (que hace unos meses tuve la oportunidad de compartir con los alumnos de 2º del grado de TeI de la UAM) que espero que alumbre las reflexiones de este post con ejemplos claros y tangibles.

A pesar de ser una de las disciplinas menos valoradas, a pesar de su extrema dificultad, a pesar de las críticas que con seguridad recibiréis, si de verdad os gusta, no tengáis miedo a traducir poesía. Dadle una oportunidad. Daos una oportunidad. Además de todos los conocimientos que la experiencia os aportará a nivel lingüístico, cultural y personal, quizá descubráis en vosotros una sensibilidad artística desconocida. Quién sabe, quizá, como a mí, hasta os acabe enganchando.

4 Comments

  1. Hablando de atreverse a traducir poesía, quiero mostraros un caso excepcional. “El gaucho Martín Fierro” y “La vuelta de Martín Fierro” son las dos partes de una obra escrita completamente en el dialecto gauchesco de mediados del siglo XIX. El traductor libanés-argentino Rachid Chehayeb, creyendo inadecuado usar como lengua de destino un registro culto como es el “fus-ha”, prefirió el dialecto libanés. También consideró que las estrofas con versos octosílabos del Martín Fierro tenían un tono popular análogo al del zéjel del Líbano. Esta es su versión de una de las partes más célebres (y menos dialectales) del poema:

    الإتحاد واجب على الإخوي

    هيدي أول بنود الشريعا

    لازم يشكّلوا وحدي منيعا

    من كل صوب وكل جانب

    إذا بيناتهم بتحصل وقيعا

    بيوقعوا تحت سيطرة الأجانب

    Es decir:
    “Los hermanos sean unidos
    porque esa es la ley primera.
    Tengan unión verdadera
    en cualquier tiempo que sea,
    porque si entre ellos pelean
    los devoran los de ajuera”

    ¿Qué opináis?

  2. Aram says:

    Gracias a tí por la hospitalidad y la conversación
    Aram

  3. Aram says:

    ¡Ah, qué interesante!
    ¿Me permites dar una opinión?
    Vengo hace muchos años recordando la obviedad de que un arabista, lo primero que necesita, como instrumento de trabajo, es el dominio de la lengua. Una competencia comunicativa en las cuatro destrezas “.pro”.
    Luego ya podrá pensar en ser crítico literario, historiador, traductor o lo que sea.
    Nunca entendí que en la facultad de filología se dieran las clases de literatura sobre textos traducidos. ¿Cómo apreciar el estilo de un autor en una traducción? Pero claro, para aprender a criticar un texto, antes hay que tener una adecuada competencia comunicativa en sentido integral: El Marco común europeo de referencia para las lenguas habla de competencias comunicativas de la lengua, que incluyen competencias lingüísticas, sociolingüísticas y pragmáticas, y que -a su vez- se integran en las competencias generales del individuo, que son las siguientes: el saber (conocimiento general del mundo, conocimiento sociocultural, consciencia intercultural); el saber hacer (las destrezas y las habilidades); el saber ser (la competencia existencial: relativa a las actitudes, las motivaciones, los valores, las creencias…); y el saber aprender.
    La lectura es un proceso interactivo y si, como muy bien dices, “hay tantas traducciones como traductores”, es porque hay tantas lecturas como lectores. Durante el proceso de lectura el lector aporta sus conocimientos previos y su nivel intelectual para la creación de significado.
    Para poder ser traductor antes tienes que ser un lector eficiente. Un traductor sólo puede trabajar con un diccionario monolingüe, si necesita un diccionario bilingüe es que no tiene una competencia lectora suficiente.
    El traductor además tiene que ser un buen creador, un artista en su propia lengua, lo cual es un paso superior al del lector que no ha de recrear el texto.
    Los traductores deberían ponerse la mano en el pecho y autoevaluar su competencia lectora antes de pensar en dedicarse profesionalmente a la traducción… y no digamos ya, si lo que desean es traducir arte… ¡lo ininterpretable!
    Un abrazo a todos.
    Aram

    • Ana Iriarte says:

      ¡Hola Aram!

      Una vez más, gracias por compartir tus impresiones con nosotros y perdón por la tardía respuesta.

      Completamente de acuerdo en que un traductor debe tener por encima de todo un buen dominio de la lengua. El problema viene en cómo se nos está formando como traductores. En mi carrera (TeI en la UAM, con lengua árabe como lengua C), el alumno en teoría va adquiriendo competencias como traductor al mismo tiempo que gana competencias lingüísticas en árabe. Sin embargo, el aprendizaje de esta lengua requiere mucho más tiempo del que se le dedica en estos estudios, con lo cual, al final el estudiante acaba por atesorar recursos como traductor que no puede poner en práctica por su escaso (a veces inexistente) dominio de la lengua.

      Aunque coincido contigo en que la literatura árabe debería leerse, analizarse y sentirse en árabe, es cierto también que el estudiante debe tener, desde que comienza a estudiar la lengua, nociones sobre su literatura. La solución desde mi punto de vista es sencilla. En los primeros años, el número de horas dedicado al aprendizaje de la lengua debería de ser claramente superior, y debería de venir acompañado de clases teóricas de historia, arte y literatura. Una vez adquirido un buen nivel en la lengua, las competencias lingüísticas del traductor seguirán creciendo mediante el estudio de textos literarios (ya en árabe) a la vez que se añadirán conocimientos a esas bases históricas y literarias que el estudiante adquirió en un principio.

      Yo soy una de esos estudiantes que ha aprendido árabe a la vez que aprendía a traducir, y desde mi perspectiva, un traductor puede realizar una magnífica traducción sin conocer todas las palabras del texto a primera vista y teniendo que recurrir al diccionario bilingüe en ocasiones. Por supuesto, cuanto más dominio de la lengua se posea, más fluido será el trabajo de traducción y menos probable la posibilidad de error.
      Especialmente en traducción literaria, creo que TODOS los recursos de los que dispongamos han de ser bienvenidos. A veces no alcanzamos a sentir el alma de una palabra árabe hasta que nos encontramos con su equivalente en nuestra lengua, y eso hace de la traducción una maravillosa herramienta de aprendizaje contínuo.

      ¡Un abrazo, y gracias!

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